7/04/2011

¿Eso quién? (II)

Un viejo despacio. Lo sabías viejo por el batín, la gancha y las pantuflas, por los regüeldos verdes y roncos previos a los lapos y por el cariño filósofo con que liaba el tabaco. Al margen de eso semejaba estatua de parque. En la calle, quieto y siempre.

Las marujas de La Ventolera necesitadas de desahogos solían requerir su consuelo. Le traían porras de pan o huesos de pollo aún con chicha, y ya que la caridad les cogía de camino se vaciaban de sinvivires, cornamentas, hijas preñadas, reúmas atascados y facturas de la luz. No era mudo, aunque le faltaba el salto de un piojo. Que se le desmemoriaran ocho frases para ser exactos. Porque en los quince años que pasó consulta en la plazoleta del Obispillo, atendiendo cataratas del Niágara a diario, nunca recetó a sus convecinas una contestación que no fuera:

1.- «Cuánto hijoputa y qué elegantes que van».
2.- «Hombre y mujer, la misma mierda del revés».
3.- «Se apechuga hasta que se deja de apechugar».
4.- «A las curvas, agárrate».
5.- «Guárdate las lágrimas para cuando tengas que llorar».
6.- «Si quisiste, no te quejes».
7.- «Menos es oler un huevo frito».
8.- «Bueno estaba y se murió».


Con esas etiquetas domesticaba el mundo y su rodar. Hasta que el frío de un enero se rapó a lo eskín y amaneció fiambre en su lecho de cartones. Nombre de papeles no tuvo, o no se le conocía, y le grabaron en la lápida el de ley. Su apodo. «El Yayo Cabales».




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3 Comentario:

jojoaquin dijo...

exquisita intrahistoria. Con sólo ocho etiquetas. Un saludo

klee dijo...

Los abuelos de los pueblos tienen un lugar en la plaza, en las ciudades los aparcamos en geriatricos con aire acondicionado, cara a la tele narcotizados.
buen relato, como nos tienes acostumbrados , un saludo¡¡

diana moreno dijo...

muy bueno, y muy bien escrito.