Tiznaban el aire ametrallantes. Buitres en colibrí. Empeñadas en alborotar la siesta con jolgorios de vertedero. Se posaban, rateaban apresuradas, fornicaban con chico deleite, alquitranaban el luto de la vieja y le traían compaña puerca. Aparecía entonces la Micaela, rolliza, desbordada de carnes, aparcaba el lebrillo de las morcillas por hacer y le abanicaba la cara. «¡Madre, espántese las moscas que parece muerta!».
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