4/27/2023

La hondura de las cosas

A menudo, las cosas costaban. La hondura se les encasquillaba allá en los adentros y no daba señales de presencia. Pero Frascuelo seguía picando piedra, tenía muy aprendido que lo fácil es propaganda, una pendiente abajo que luego se habrá de subir. Como testimonio de lo referido queda uno de los laureles que mayor renombre trajo a su industria de amuletos, una manga pastelera que amansaba las almorranas esquinadas y palpitantes, esas que dispensa por arrobas el quinto jinete de la Apocalipsis. Frascuelo conservó la manga pastelera en su atestado colmado cinco años, cinco años empecinado y no dando su brazo a torcer, y cuando quiso Dios que le sacara la hondura a la cosa, se la entregó a una solterona de la calle Triguero. Esta clienta, mujer de hechuras grandotas y pronto guerrillero, de las que se tiran al monte a poco que le hayan mentado la madre —arrebatos muy propios de cuantos padecen en carne viva un evacuar a contrapelo—, desde aquel bendito día puso a Frascuelo en los cuernos de la luna y se enzarzó a mamporros contra aquellos maledicentes que le inventaran embustes o menoscabaran su don.

Porque es reverso de las personas que descuellan llevar consigo sus enconados rivales. Y Frascuelo Remiendos no podía contradecir ese evangelio. Vinieran de la envidia, sustancia remala y dañina que corona a Satanás y que ha matado más que la enfermedad de la patata, vinieran de la decepción porque la cosa no remendaba ni daba signos de ello, o vinieran porque el mundo es como está hecho y una vida sin pendencias semejaría otra forma de rellenar el ataúd, Frascuelo padeció abundantes opuestos que le hicieron la puñeta de pensamiento, palabra, obra y omisión. Incluso ya con la solterona de la calle Triguero velando por su honra.

Pero la mentira nunca debería engañar, y estos canallas y sus menosprecios quedaron traspapelados por el asombro que causó entre moros y cristianos el asunto del caballero de la Avenida Parral. Este remiendo repartió el as de bastos al crédito de Frascuelo, primero por ser el doliente hombre de caudales y tener parentesco con obispos vaticanos, y después, por tratarse de una dolencia muy publicada en comadreos de barrio y que se creía tan incurable como la mala olor.

El caballero de la Avenida Parral era de poco tieso durante los arrimos, razón por la cual su consorte estaba en trámites de hacerse aficionada taurina. Frascuelo Remiendos enderezó la floja ingeniería del caballero con una estampa que retrataba la asunción a los cielos de Nuestra Señora Auxiliadora del Ánimo Caído, aireando, entre túnicas y pliegues bordados, medio palmo de muslo. Fue tanta la dicha del doliente remendado que quiso hacer marqués a Frascuelo, pero el trapero no se dejó emborricar porque sabía que el organismo no le daba para tanto cerro, y porque tampoco encajaría con la naturaleza que Dios esparció por el mundo que un señorito de alta alcurnia arrastrase un carretón de cacharrerías y pregonase su género a viva voz por las calles.

¿Dónde apañaba Frascuelo el material para sus amuletos? En el rastro de la plaza, entre los escombros de las obras, en el vertedero ilegal, por los desguaces. Según refería el aludido, cuando durante sus idas y venidas notaba un acomodo tripero, un retortijón que no desaguaba feas ventoleras, era síntoma certificado de que no muy allá paraba una cosa con hondura. Tocaba encontrarla, luego recogerla o comprarla, cargarla en el carretón y transportarla al colmado donde el trapero, con tiento relojero, le destapaba los adentros. Cuando esto sucedía, Frascuelo plantaba a la cosa, hecha ya amuleto, cuatro letras que dieran fe de su hondura, para que el descuido no se volviera capitán general del tercio entre tantísima cacharrería.

«Almirez que remienda las cavilaciones torcidas y reumáticas».
«Tostadora que remienda las melancolías de las mocitas muy noveleras».
«Sifón que remienda la ausencia de calentura cuando toca coyunda».
«Palangana que remienda las buenas memorias para los malos recuerdos».

Podía ocurrir también que los vecinos le confesaran a Frascuelo un achaque que no tenía remiendo a mano ni a la vista, entonces el trapero anotaba en una cartilla la dolencia y el doliente para que cuando brotase la hondura requerida se administrara con diligencia.

«Las jaquecas me descalabran la cabeza por dentro». Fulanito, calle Tal.
«Los jueves voy estreñido como un parto de nalgas. Los demás días de la semana aligero presto y risueño». Menganito, calle Tal.
«Padezco un juanete que no cree en Cristo». Zutanito, calle Tal.
«Cuando me tropiezo a uno de Salamanca, bizqueo. Pero de Salamanca capital. Los salmantinos de la provincia ni fu ni fa». Perenganito, calle Tal.

Frascuelo cobraba la voluntad por el servicio prestado. Las ganancias no le llenaban ni los huecos de las muelas, pero donde hay dinero acecha un Ayuntamiento. Este le requería facturas, peajes, inventarios de material... Si las disputas se agriaban, el trapero mandaba aviso al caballero de la Avenida Parral, que ya quedó reseñado su familia iba sobrada de haciendas y obispos, y si era menester meterse en juicios, pues a la solterona de la calle Triguero.

Con los médicos, por contra, Frascuelo estaba a partir un piñón. Ninguno demostró pelusa, hasta el punto de que muchos recetaban a sus enfermos el día de la semana que Frascuelo hacía la ronda.

Y como ya estamos cerrando el quiosco y todos los palos deben ser tocados, le llegó la vez a la controversia. ¿Frascuelo se las averiguaba con el Cornudo? ¿Los amuletos que producía eran trapicheos de bruja? ¿Había dado sepultura en el patio contiguo al colmado a suicidados y gentes faltas de bautizo y les ordeñaba las almas en pena? Para aventar cualquier chismorreo siniestro nada más atinado que la contestación que el trapero brindaba a cuantos venían a removerle este tema y desentrañar, de buena o mala fe, los porqués de sus artes. Con estampa de pensador de barrio que les saca las honduras a las cosas, Frascuelo Remiendos sentenciaba:

—Pide cuento. Entérense caballeros; el mundo no pide explicación, pide cuento.



Vicente
Vicente Paredes

1 Comentario:

María dijo...

Podría haberte entresacado mil frases, pero me quedo con estas "capitán general del tercio entre tanta cacharrería" "Pide cuento. Entérense caballeros; el mundo no pide explicación, pide cuento." Totalmente de acuerdo, nadie quiere escuchar lo que no gusta. Menudo personaje este Fracuelo, nada menos que fabricante de amuletos. impecablemente hondo!
Perfecto.


Un placer leerte, quiza vas a ser el regalo que sin saberlo, me dejó aquí Pilar. Un abrazo!