10/09/2012

El hombre que cabía en una botella de anís del Mono

—Y el negocio tenía su aquel, Nicanor, que el fulano en cuestión casi alargaría las dos varas y media y pesaría sus ocho arrobas sobradas.
—¿Y la botella?
—Pues calcada a esa de ahí. Y que vas a estrenarme para no hacerle un desprecio, que las botellas son muy sentidas y les duele como a las personas que se murmure a sus espaldas.
—Adelino, ¿tú no me estarás echando un embuste?
—¿Y qué sacaría yo de ello?
—A lo mejor trincar de balde mientras cierro.
—Ay, Nicanor, Nicanor, que cree el ladrón que todos son de su condición.
—Bueno va, no me saques refranes a estas horas. Oye, ¿y cómo se las averiguaba?
—¿El qué?
—Cagar miel. Pues qué va a ser, Adelino, entrarse en el botellín de anís.
—Despacito como los caracoles y con tiento de relojero.
—¡Acabáramos! ¡Eso se comprende!
—¿Y qué te pensabas tú? Que yo no te estoy vendiendo un aparecerse la Virgen, Nicanor, que yo te estoy refiriendo un posible. Y los posibles cuestan, que cualquiera obra un milagro y lo cuenta. Figúrate tú que al fulano se le iba un día entero en el meterse y una noche en el salirse. Y las carnes le sufrían tormentos de martirio.
—¿Por?
—Por la estrechura de la tinaja, alma de cántaro. No me enrites y ponme otra copichuela. Hasta donde yo tengo sabido solo representó el prodigio cinco veces. De la primera quedó con toses feas en el pecho, de la segunda entuertó, de la tercera se le enzarzaron a la espalda reúmas de alfiler, de la cuarta asomó tartaja, y de la quinta y última se le averió el evacuar de vientre.
—¿Cagaleras?
—Almorranas. Se comenta que eso lo escaldó y aborreció el prodigio, que el hombre aguanta con gallardía quebrantos a miles en tanto no le toquen el cagar en paz. Se allegaron ministros y obispos tintineando duros para que mudara de opinión, pero no hubo forma cristiana. ¿Tú conoces al ministro de Chipre?
—De nombre no.
—Uno de categoría. Es presentarse en una jarana de ministros, y da igual por donde lleven la borrachera, principiada o en lo alto, que todos se achantan con respeto. Calcula tú. Pues incluso el ministro de Chipre lo probó.
—¿Y no?
—No. El fulano ofrecía sus razones con educación y los importantes lo entendían.
—Es que las almorranas son infiernos encima de la tierra.
—¿Tú también?
—Van y vienen. Yo padezco tres suegras, Adelino: la que no es de mi sangre y las dos que sí lo son. ¿Y por qué no lo sacaban ligerito?
—Nicanor, ¿no te escuece la conciencia tenerme el vaso hueco? ¿Qué me contabas de sacar a quién?
—Al fulano. Del botellín.
—¿Para qué?
—Copón, para que no se le fastidiara el organismo.
—Porque no eran cuentas sencillas, Nicanor, que si hubiera manera de mear a contraviento sin salpicarse, después de tantísimos siglos de mundo, ya estaría inventada. ¿No te parece? Y si pisando huevos el fulano arrastraba taras, suponte tú lo que habría sido atajar la vereda.
—¿Y cómo se lo negociaba?
—¿El qué?
—Adelino, espabila, el fulano que se colaba en el botellín, ¿cómo lo hacía?
—Durante las preparaciones pedía espacio. Un salón de bodas y comuniones donde solo pasaran los autorizados. Las gentes de pudientes y sus compañas. Que no hubiera chiquillos correteando, ni embarazadas salidas de cuentas, ni vagos o maleantes de paso. Los asistentes se traían sus aguas, sus comidas y sus letrinas, porque ya te menté que el parto, si no venía de culo, duraba un día con su noche. El vino estaba prohibido.
—¿El vino?
—A lo primero hubo vino y de todo, señoritas de pago y flamencos, pero el personal se enchispaba y un borracho asombrado estropicia como terremotos.
—Peores que críos de señorito. De eso te escribo yo novelas.
—Nicanor, hermano, el vaso, que juraría que disfrutas ahogándolo de sed. El fulano comprometía a los asistentes a no arrimarse y pagaba a monosabios para eso.
—¿Y los ministros aguantaban estar sin vino y que les mandaran?
—Los ministros son, antes que ministros, personas educadas. Además, sabían a la boda que iban. ¿Sigo?
—Sigue.
—El fulano, en cueros, se pringaba de aceite por completo, desde la barba de los huevos al envés de los párpados. Cuando le resbalaban las ideas se arrimaba al toro. Siempre arrancaba por la pierna izquierda, por el dedo gordo. Eso enfilaba lo primero en el botellín.
—¿Por qué?
—A tanto no llega lo que sé. Costumbres que se cogen, me supongo.
—Pudiera, donde hay costumbre no cabe explicación. ¿Luego?
—Luego apretaba con las fuerzas justas. Que ahí se escondía el truco de la jodienda. En achuchar sin forzar. Atornillando en bamboleos: ahora a la izquierda, ahora a la derecha, a la izquierda, a la derecha...
—¿Y entraba?
—Como lo oyes.
—¡Válgame el cielo!
—Aquello alborotaba el juicio, Nicanor, que aquí, en explicado, puede que ni fu ni fa, pero en visto, te pasmabas como endiablado por dos hermosas tetas.
—A mí no me han dado vela en este cuento, Adelino, pero no tengo yo por bien tirada la comparanza, que dos hermosas tetas no son prodigios de extrañar ni patente de Satanás.
—Me sirves otra copichuela y me caso con tus pareceres. En una horita o dos el fulano había escurrido la pierna izquierda a la altura de la ingle. Ahora venía un tramo relioso, empotrar la derecha, estando como estaba la mitad de la boca del botellín ocupada. Ahí, en el hincar el dedo gordo del pie derecho y ganarse sitio despacito, se podía fumar el fulano como cuatro o cinco horas. En este punto se anunciaba que se comiera y se bebiera.
—Para que el público no se adormilara.
—Sí señor. Ensartado el dedo gordo se recuperaba el ritmo, lento, pero se notaba el avance. Y pim, pam, pim, pam, encajaba la pierna entera.
—¿Y las vergüenzas?
—No era el fulano de recia morcilla, que Dios, cuando quiere, reparte dones con justicia, y no le suponían grandes dolores trasponerla adentro. Las mantecas de la culada sí que costaban. Y de la tripa. La guinda, la cabeza.
—Para que la nariz quedara arrimada a la boca del botellín y no le fallara el aire.
—Menos en llenar vasos en lo demás discurres con tino, Nicanor, que he de enchufarme sirenas. Total, que si emprendía el portento un sábado a las siete de la mañana, es un suponer, de anochecida el fulano ya se había entinajado.
—Los ricachones se encantarían, ¿no, Adelino?
«No se conoce de otra peripecia semejante». Eso exclamó a sus cercanos el ministro de Chipre.
—¿Aquel tan eminencia?
—Ese mismo.
—Si es que por muy importante que seas, comes por donde se come, cagas por donde se caga, y jodes con lo que se jode.
—Bien traído, Nicanor. ¿Otra copichuela?
—¿Y el salir?
—¿El salir de quién?
—¿De quién va a ser, Adelino? Del fulano embutido en el botellín.
—La complicación principal del salirse era que no había otros cojones que empezar con lo que recién se acababa de terminar. Con la cabeza. Y dos estrechuras seguidas en un órgano delicado... eran palabras en mayúscula.
—¿Y no podía el fulano removerse dentro del botellín para probar la escapatoria con otra parte?
—¡Nicanor, recopón, no vengas a enseñarle a tu padre a hacer hijos!
—Ojú, perdona, contri, y amánsate las pulgas.
—Yo le grito a Dios cuando tengo la razón. Llena la copichuela y perdonado estás, que antes se parten peras con la madre de uno que con el cantinero del pueblo. Asomada la cabeza, lo demás venía en cuesta abajo. Despacito, despacito, pero en cuesta abajo. Si el fulano, es otro suponer, rompía a parirse con las anochecidas del sábado, al alba del domingo estaba nacido.
—Como si nada.
—Como si nada, no, Nicanor, que la criatura no se aguantaba en pie: sudaba a grifos, tosía calenturas, se atascaba al respirar...

El cantinero entra en arrobo místico meneando un rato largo el culín de la botella de anís.

—¿En qué cavilas, Nicanor?

Nicanor regresa adonde la muerte y los mortales y sentencia con porte de Buda de Villadar de Cándanos.

—En cuánta maravilla Satanás y Dios trajinan.

Adelino asiente conforme.

—Diga usted que sí. Y me repito: contado el tinglado pierde lustre, porque no pocos vericuetos no se han colmado por falta de ojos. Pero en el meollo está la sustancia, y el meollo fue referido con todas sus letras. ¿Las dos últimas, pa mí y pa ti, Nicanor, y nos ventilamos el botellín?




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5 Comentario:

Antero dijo...

o se es exacto o se falta a la verdad:

1 arroba = 11,502 kilogramos (8 arrobas sobre los 92 kilos)
1 vara = 0,8359 metros (2 varas y media sobre los 2 metros)

dicho queda.

chatnoir dijo...

La firgen!! :D

Besos.

David Mariné dijo...

el fulano es el fulano.
abrazo.

Jesús Alcalde dijo...

Yo conocí a un Adelino al que le cabía dentro una botella de Anís del Mono. Y no había ni que apretar, era todo naturaleza de Dios.

Manuel Marcos dijo...

Contiene una dramaturgia, muy bueno, Antero. Muy bueno.
Salud