5/16/2016

12 pavas

En aquellas prehistorias no había interneses o teléfonos móviles. Y yo mantenía desde el talego 12 relaciones epistolares con 12 pavas. La docena de novias, esposas, amantes, rollos serios, de una tropa de manguis de Baracaldo que me habían apadrinado y acogido en su cuadrilla.

Los archivadores que atestaban mi chabolo dejarían el trasfondo argumental del puto Juego de Tronos al nivel de un cuadernillo de lectura preescolar. Árboles genealógicos, enclaves vacacionales, listado de amigos, de adversarios, los frotamientos iniciales, dónde, cuándo, cuánto, las riñas serias, las payasas, las que se remataron perfecto, las que se sellaron regulero, antiguos novios y novias inocentones, antiguos novios y novias con veneno, fotos de aparentar, fotos de entonarse, cicatrices de cesáreas, los hijos, cartillas de vacunación, notas escolares, aniversarios y onomásticas, Reyes Magos, aficiones deportivas, marca del tinte de las suegras, gustos y disgustos en mil materias, música, papeo, televisión, humoristas, enemigas del barrio, peloteras de arrancarse los manojos del coño, con quién, por qué, lunares, tono de roncar, de estornudar, alergias, tipo de sostenes, chistes, porno solateras, porno compartido; y multitud de esquemas y resúmenes con los bloques temáticos desarrollados en las misivas anteriores y bosquejos sobre los yacimientos a explotar en el futuro. Sin mencionar, por descontado, aquellos expedientes x, material inflamable, que sonsacaba a mis padrinos durante sus accesos de sinceridad y que no era tan pardillo insensato como para transcribirlos a papel.

PADRINO A: ¿Gatillazos? ¡Yo me entieso con olerle las bragas!
PADRINO B: Que sí, Supermán, pero tú cuéntaselo.
PADRINO A: ¿Y por qué este aborto cagado me pregunta eso?
PADRINO B: Por redondear las historias.
PADRINO A: ¿Las historias?, ¿redondear las historias? ¡Me cago en las historias, en el redondeo y en la boquita del niñato! ¡Que lo habéis puesto en los cuernos de la luna y no se cosca de ná! ¡De ná! ¡Con esa cara de matarse a pajas que no se lame!
PADRINO B: Primo, que no te arrepentirás.
PADRINO A: Tú, niñato, te lo referiré, ¡pero emigra de las cartas y de la paliza te abollo el alma!

A la noche, de tranquis, a la luz de la lamparita de una mesa de oficina, apaño de mis padrinos, con los abrazafarolas y chupópteros del Butano en el transistor, escogía destinataria. Consultaba su historial, establecía el tono y los temas a elaborar, y redactaba la carta que, al otro día, el auténtico remitente, traduciría a su puño y letra.

—Coplero, que «huevos» va con la b enana.
—Tú escribe la carta tal como está.

Un sello del Carlangas con las caderas sanas y arreando. Yo me apostaba los higadillos a que en los vis a vis la docena de novias, esposas, amantes, rollos serios de mis padrinos se los follaran vivos. Pero follar vivo en todo el exuberante colosalismo de la expresión. Eso de que una tía te araña con los ojos: «¡virgen santa, parece una gata de viento!, ¡me va a exprimir los higadillos!». Porque para follar de traca, para follar en modo Apocalipsis, ellas han de poner a pensar el pellejo. Se lo tiene que creer su pellejo. Ni orgasmo vaginal, clitorial, plataforma orgásmica o berenjenas fritas. Las tías follan asomadas al pellejo. Ensimismadas en el pellejo. Y desde ahí idean sus historietas, sus lágrimas dulces, sus quebraderos de cabeza, su felicidad de estar tristes y su felicidad de estar contentas. A puro castillo de piel. Nosotros, con cerrar el pico y no estropear esos fantaseos de niña hembra, hemos cumplido con gran parte de nuestra responsabilidad en la cimentación de un Mundo Mejor.

Y de eso me encargaba yo. Porque yo, en aquella época, en mi segundo talego, dedicaba hasta el último gramo de entendederas, la jornada completa, a mantener alojadas en sus epidermis, mitad cachondas mitad ilusionadas, a una docena de tías. Y lo hacían. Ya lo creo que lo hacían. Entraban carnívoras y enamoradas en los cuartuchos de la galería 5 y se follaban vivos a sus respectivos. Me iba el pescuezo en ello.

—Está de un enchochado conmigo que alucino, Coplero. ¿Por qué?
—A las mujeres les concedieron tres chominos. Las dos orejas y el otro. ¿Qué reciben de vosotros aquí? Palabras y carne. En cristiano: sexo pata negra. Sexo del que ilumina cualquier penosa existencia. Del que con cuarenta tacos deshojas el calendario como una quinceañera, cinco, cuatro, tres, dos… Del que vas al curro, o a por los críos al colegio, o a prestar declaración ante el juez, o a comprar una bombona de butano, y depositas un rastro de babas de caracol por donde pasas. Sexo del que no te lo amputas. Del sin parar. Del que te dura y te dura. Porque pataleen lo que pataleen los curacas y cerebrines, el mejor sexo se practica antes y después de follar.
—¿Y ya está?
—Jo, añade, además, que aquí no les podéis calzar los pitones. A no ser con las mariconas de las gallegas. Pero esas no contabilizan. Total, el paraíso.

El apogeo de mi prestigio lo sitúo en el comentario que Mengano, el boss de la tropa, me realizó en la cola del economato: «cuando estamos juntos sé que no me pondrá los cuernos fuera. Eso se sabe, Coplero. Se sabe cuando una tía está contigo y quizá sí, o quizá no, te pondrá los cuernos fuera. Y se sabe cuando una tía está contigo y no te pondrá los cuernos fuera».

Liquidada La Presentación. Vamos con El Nudo. Advertí a mis padrinos, en mil ocasiones, que el tinglado se sostendría siempre y cuando sus «novias» les atribuyeran a ellos la autoría de los textos —por algo me dejaba yo las pestañas en una sintaxis de vuelo oral y en imitar sus fraseos y muletillas— y que jamás de los jamases, bajo ninguna circunstancia, les confesaran que las cartas las paría un niñato con tal de no protagonizar una cuádruple penetración anal en los cagaderos. Porque como aquellas jacas bravas averiguaran que los mensajes estaban falseados había begut oli. Una tía perdona antes catorce cascos vikingos con el cuerpo de baile de Norma Duval (que sí, que sí, que ha llovido) que una trola en una carta de amor. Saliva pa ná.

—Coplero, que le he contado lo de las cartas.
—¿Que has hecho qué?
—A mi Charo.
—¿Que has hecho qué?
—Con lo bizcochón, los porritos y tal, se me ha aflojado la lengua.
—¿Qué has hecho qué?
—¿Estás sordo?, que le he contado a mi Charo que las cartas nos las escribe un niñato que se entera de coplas y libros.

La madre que lo cagó. Todos eran parientes, allegados o retirados, y más pronto que tarde el notición se escamparía entre las otras jacas como reguero de pólvora. Y me restaban seis meses de condena. Seis putos meses. Uno es borrico de por sí, no requiere vientos favorables, pero cuando me adornan golpes de suerte mi majadería alcanza cotas olímpicas. Y puesto que la protección de aquella tropa de Baracaldo fue equivalente a una ducha de rayos gamma que te transforma en el increíble Hulk —y a ver quién te levanta la voz ahora— organicé una de capulladas en el talego de récord guinness; demasiados vaciles al demonio, demasiados picos no pagados y demasiados mierdeos que omito por conservar una mínima dosis de dignidad. En resumidas cuentas, demasiados tipos dispuestos a ofrecer la mano de las pajas por pescarme huérfano de ángeles de la guarda. Y si los santos coños de aquellas jacas hervían, si las persuadían de que habían sido burladas, estafadas, engañadas, emboladas, traicionadas, humilladas, choteadas, y clamaban venganza, eso sucedería: que mis ángeles volarían.

Transcurrieron las semanas y el carteo seguía su ritmo. Yo calculaba que todas las parejas de mis padrinos debían estar al corriente. Y cuando uno de ellos trepaba de cuatro en cuatro las escaleras de la galería 5 para los vis a vis, con idéntica soltura y presteza de cervatillo se me encaramaban a mí los cojones a la garganta. Romper en un vis a vis desencaja al capitán general de los cuerdos, ¿qué no haría con calaveras que ya venían mal regadas de fábrica?

—¿Ha ido bien?
—De traca, Coplero. ¿Por?
—Pss, por fisgonear.
—Contrólate el caballo, copón, que tienes una mala cara de muerto.

Y rematemos con El Desenlace que aburre tanto batalleo.

—¡Coplero, comunicación!, ¡la 9!

¿La cabina 9? A mí no me visitaban en la cabina 9, la de la esquina, con los zócalos flojos de tuercas por donde colaban mercancía del exterior. Esa cabina valía pasta. Cuatro gatos podían costearse las untadas a los funcionatas que adjudicaban la 9. Voy pallá. Y me encuentro al otro extremo de la ventanilla a Mengana. Mengana era la madre de los hijos de Mengano —os refresco la memoria: el boss—. Dicho en claro: la hembra alfa de la manada.

¿Os imagináis al Michael Jordan de los jiñes? ¿Sí? Yo lo batía con la gorra.

Esta jaca viene a cobrarse las cartas; a detallarme, palmo a palmo, lo que ha planeado: romper con Mengano, follarse en griego y arameo al vecino del quinto, grabar la actuación en una cinta VHS y enviársela al pariente. Y las otras hembras de la manada a imitar la conducta de la alfa, que por algún motivo solicitaban su beneplácito para abortar cuando se les presentaba un bombo imprevisto —tal cual, lo juro—.

Va a petar el globo. Y mis padrinos y su cornamenta de montería patrocinada por el BBV no le darán la del pulpo al cabrón de los suyos que se chivó de las cartas, el directo responsable de este pitote. ¿Por qué? Porque es familia. Sangre de su sangre. Se purgarán el cabreo con el escribano. Y, o me vacunan ellos, o me arrojan al patio a que me vacunen los que han cogido tanda.

O peor: esta tía ha untado a los funcionatas con el propósito de citarse conmigo en la cabina 9. Salta la tapa de los zócalos de una patada, saca el cuchillo jamonero que porta en esa caja y zasca, a caparme como me duerma en los laureles.

Lo del chiste: o me matan o me muero.

Sin embargo, lo que aconteció fue uno de los capítulos más asombrosos de esta novela. Ojo, yo he tragado mierda a espuertas, no lo disimulo, pero también he protagonizado movidas hermosas, movidas por las que merecería la pena fumarse de nuevo su reverso chungo. Pero ninguna supera lo que relataré a continuación, empatar quizá, pero ninguna aventaja a esto.

Me dio las gracias, se interesó por mi madre, mi novia, si estaba en su mano cuidar de ellas, me pasó dos cartones de Fortuna, tres números del Playboy por estrenar, mudas, camisetas y embutido variado.

En los meses posteriores, antes de que me soltaran, me visitaron las otras pavas. Las 11 a lo mismo.








2 Comentario:

Ino dijo...

12 Pavas como doce soles?
o 1 estrellas y 11 satélites ?


buen escrito


Ino

P MPilaR dijo...

y pues qué querías, si las restantes 11 te darían la mismisma venturanza???

olor a merengue , ains!!!

besos