Y se ve a uno de Santander en pleno running campestre. Hace un alto y se refresca en un pilón acondicionado para deportistas. Repite este breve descanso al otro día, y al otro, y al otro, incorporándolo definitivamente a sus rutinas atléticas; algún estiramiento muscular, alguna barrita energética, selección de nuevas canciones en el mp3…
Quince futineos después, el santanderino, confiado en su aproximación al manantial, resbala y se mete un batacazo contra el pretil que le deja flojeras la dentadura de abajo y la de arriba esparcida en fichas de dominó.
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