9/08/2017

Para envolver bocadillos de jamón



Vi a dos lesbianas follar en San María del Mar

Despiertas como despierta lo viejo,
olfateándose el amor amado.
Pero no te busques en ti, Piedra, porque te lo trae ella.
¿La sientes anchar tu sexo?
¿Caldearte el pensamiento anciano?
Erecta hembra enhebrada de Luz,
al fin nombrada por su boca.

Sosteniéndoos por sostenidas
alas sois,
sin la horadación que fecunda placentas
y trae a la muerte otra vida.

Hacia dónde fluis, nereidas discretas,
en qué cauce arraigáis,
qué ignota marea os palpita
para que seáis,
como nadie, como nada,
vírgenes y mar.



El orgasmo de la pintora

Creo
porque te amo desde el pincel que sostienes
como punto de mira.
Tronchada de vida
el pelo se te olvidó cabello
allí donde ladeas la cabeza,
recostada sobre un pensamiento
ya de colores, a punto de trazo.
Te estorban los ojos para verme.
¿Qué planificas en los labios de fruta
desnuda?, ¿en qué cavilan
alborotados de hambre?
Porque te amo desde la carne que sostengo
como glacial consentido,
estrepitoso y anhelante,
creo.



Suda su nombre con todas las letras

Me acusan de no llamarlo amor
y se les escapa
que el atareo taciturno del artesano,
embebido, moroso y hormigante,
bautiza sin doblez, como
el inaugural latido,
como
el primigenio llanto.

Trabaja
la carne
de quien se ensortija en el otro cuerpo iletrado
y descascarilla contornos,
y viruta fronteras
—¿de qué otros pelajes desnudarse?—.
El opuesto
por fin
abrigo. Y a pesar de tal revelación,
del nuevo continente poblado,
el sudor pide acto
y la caricia, deslenguada,
pronuncia la palabra que aniquila el mundo.

Me declaro culpable de no llamarlo
amor.




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