3/08/2018

FLORIDO PENSIL INTERESTELAR (II)

FLORIDO PENSIL INTERESTELAR
—parte II—



En el año 3015 d.C. España ha reverdecido laureles imperiales. Potencia hegemónica de la Federación Terrícola (FT) sus naves estelares surcan la galaxia y pedanías cósmicas, ora estrechando amistosos lazos con pacíficos alienígenas de todo pelaje y condición tentacular ora bajándole los humos a aquellas otras traspuestas civilizaciones que no se nos arrimen con derechas intenciones.

Dado nuestro deprimente y extenso Pasado ¿cómo repámpanos se explica el papel alfa que España desempeñará en torno al tercer milenio? La respuesta se encuentra en un conjunto de leyes orgánicas promovidas por Miguel Salaverría i Montaner en los albores del siglo XXI: El Proyecto Caín.

El Proyecto Caín —en sus tres vertientes integradoras: profunda reforma del código penal, la Contrapartida Caín y el Tribunal Caín— fue una iniciativa legislativa orientada a sacar provecho del ancestral cainismo aposentado en el ácido desoxirribonucleico español transformándolo en un motor de progreso. Yendo al meollo de la cuestión: se autorizaba a aquel que contribuyera a la prosperidad de la nación con un avance científico a agredir a quien tuviera entre ceja y ceja.

Ejemplo. Español A no logra conciliar el sueño y se revuelve en la cama poseído por mil satanases a causa de su vecino, Español B, y toma la determinación de romperle la crisma. Para ello presenta ante el Tribunal Caín un proyecto científico encuadrado en alguna de estas cuatro áreas: Formulación teórica, Validación experimental de teorías preexistentes, Elaboración y perfeccionamiento de prototipos beta y Producción industrial. Probada la viabilidad y pertinencia del proyecto, se le dota de financiación, instalaciones, ingenieros, y en caso de cumplirse los objetivos previamente recogidos en la Cédula Caín, el contrato legal que vinculaba al Estado y al Español A, este último iba y con regodeo y absoluta impunidad le daba para el pelo al Español B causante de su mal dormir.

Los rangos de violencia y secuelas físicas derivadas de la agresión (desde un simple puñetazo, ruptura de extremidades, vapuleos, cercenamiento de orejas, dedos, pérdida de piezas dentales, castración, tortura con o sin mutilaciones, hasta arribar al Caín Supremo: el exterminio de las generaciones anterior y posterior del español caído en desgracia) venían determinadas mediante una compleja tabla de equivalencias denominada la Contrapartida Caín. Como fácilmente se colige a mayor beneficio para la sociedad mayor grado de violencia aplicable contra el sujeto detestado. No eran comparables, por citar un ejemplo, las innovaciones tecnológicas que demandaba una colleja a nuestro vecino del quinto, que con un eficiente sistema antigoteo en los tetrabrik iría que chuta, a querer arrancarle a bocados los cojones al entrenador de fútbol de nuestro hijo porque lo sitúa de lateral izquierdo cuando su madre lo parió extremo derecho de pies a cabeza, que como poco impondría algún tipo de revolucionaria energía renovable. La Contrapartida Caín, asimismo, incluía y aplicaba una serie de factores cruciales a la hora de que «proyecto científico» y «reprimenda física» fueran evaluados con clarividencia y estuvieran en justa consonancia: el costo de las investigaciones desde la fase beta hasta su producción industrializada, su periodo de vigencia, su horizonte de optimización. En este sentido se valoraban más los desarrollos de nuevos materiales, combustibles biodegradables o la reforestación mesetaria, en definitiva, avances de los que se lucrarían los españoles del futuro, a un nuevo modelo de avión basado en combustibles fósiles cuya esperanza de vida práctica estaría ciertamente restringida.

De este modo se inicia una desaforada carrera tecnológica sin precedentes en los anales de la Ciencia —motores de iones, ordenadores cuánticos, nanotecnología, impresoras 3D de órganos vitales, fotosíntesis artificial, reactores de fusión…— que en apenas un siglo aupará a España del furgón de cola del primer mundo al indiscutible estatus de potencia hegemónica.

El Proyecto de Ley Caín fue aprobado por las Cortes Españolas a propuesta del entonces Secretario de Estado para el Deporte Miguel Salaverría i Montaner el 25 agosto del año 2015. Dos lustros después nuestras inversiones en I+D+i (investigación, desarrollo e innovación) triplican las partidas presupuestarias de Alemania y los países nórdicos. En el 2035 alcanzamos el pleno empleo. Y en el 2037 cancelamos nuestra deuda externa apoquinando hasta el último céntimo de intereses. Las nuevas emisiones de bonos españoles, el denominado «euro español», sustituye al patrón oro. En el 2045 lo que era de facto se oficializa; España desplaza a Alemania como locomotora económica europea. No hay toma de decisiones en el seno europeo que no cuente con la aprobación palmaria de España. En el 2060, tras La Guerra de las 6 Horas, en las que dos banderas de los Nuevos Tercios Españoles (con un armamento hasta entonces solo imaginado en Hollywood) zanjan por las bravas la enésima disputa entre árabes y judíos, las Fuerzas Armadas Españolas relevan a las estadounidenses como policía del mundo. España promueve e impulsa una ambiciosa estrategia propagandística-filosófica (con la ferviente involucración de los sectores intelectuales, académicos y artísticos de Oriente Próximo) enfocada a matar a Dios. En una década no habrá por aquellos lares rastro divino en cualquiera de sus versiones monoteístas más dañinas; el concepto-personaje culpable de tantas muertes y genocidios será expatriado y un futuro mejor para la humanidad se afrontará con sólidas perspectivas de éxito. En el 2070 se nos concede un puesto permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU. Y transcurrido un año el Consejo de Seguridad de la ONU solo está compuesto por España. En el 2083 empiezan las primeras solicitudes de países satélite. Portugal, Italia, Grecia, Marruecos pasan a ser provincias españolas en el 2087, después de que científicos españoles enderezaran el eje de la Tierra y espesaran su campo magnético a fin de repeler las apocalípticas consecuencias de la mayor tormenta solar registrada. China solicita su ingreso en España bajo el eufemismo de «país hermanado» en el 2092, cediendo su soberanía nacional. Y a partir del 2095 el honorífico cargo de presidente de los USA lo eligen cada cuatro años en el Ministerio de Administraciones Públicas, sito en la C/ Carabanchel, concretamente el subsecretario de Territorialidad Hispana y Departamentos Allegados. Durante cinco años, de 2095 al 2100, hubo de suspenderse el Proyecto Caín ante la saturación de solicitudes y la imposibilidad de evaluarlas con unas mínimas garantías. Se incrementa la dotación presupuestaria, se reestructura el organigrama de cada área para potenciar su eficiencia y se recupera el Proyecto Caín con una nueva sede: Cuenca. Sus 911 km2 íntegros se destinan a los modernos y colosales equipamientos e infraestructuras científicas del Proyecto Caín: centro espacial, colisionadores de partículas, reactores de fusión, instituto de técnicas aeroespaciales, centro de supercomputación, observatorios astrofísicos, laboratorios de biología molecular, de nanotecnología. Se inauguran los viajes interestelares, la colonización planetaria y los primeros y amistosos contactos con otras formas de vida. En el 2122, en escasamente una centuria desde la aprobación por las Cortes Españolas del Proyecto Caín, podría afirmarse, sin que nos tomen por fantásticos que desbarran, que el planeta Tierra es España.

Dejando a un margen la exponencial progresión tecnológica del país, ya pormenorizada en otros tratados, dediquemos unas breves reflexiones a la beneficiosa metamorfosis que obró el Proyecto Caín en el carácter hispano.


***     ***     ***


«Un defensor de los derechos colectivos es un defensor de SUS derechos colectivos»
Un mundo nuevo construido como siempre
Miguel Salaverría i Montaner

Uno de los principios fundacionales del Proyecto Caín era su radical oposición al odio generalizado. Al tiempo que centraba los esfuerzos institucionales en inculcar entre la población la mentalidad que restringía el odio a un nombre propio. Y punto. En esencia el Proyecto Caín estaba enfrentado con la doctrina de los derechos colectivos de los que Miguel Salaverría se declaraba un encendido antagonista y a los que responsabilizaba de las atrocidades que jalonaban con neones de puticlub la historia de la Humanidad.

Para Miguel Salaverría la cultura del grupo, la veneración irracional de los derechos colectivos suponía que nuestros derechos como seres vivientes y coleantes no los portábamos a cuestas, no emanaban de nuestra individualidad (categoría que a todos nos incluía y hermanaba; hombres y mujeres de cualquier etnia y condición social), sino que eran custodiados y racionados por el colectivo. Como la OCS (la Organización de Calvos Salerosos) se parte la cara por mí, mejora las condiciones de vida alopécica y la legislación vigente en esa materia, mis derechos no provienen de haber nacido, sino que derivan de esa peculiaridad física que define a las bolas de billar que me rodean y con las que me relaciono.

Secuela de semejante planimetría social: no se amueblaba un habitáculo común donde cupiésemos calvos y melenudos y donde la condición capilar resultase intrascendente a la hora de sustanciar nuestro ser. Se parcelaba la realidad. Se compartimentaba. Y la injusticia cometida contra el corral melenudo no incumbía a lo alopécico. «Se lo ruego, hirsuto caballero, acuda a la ventanilla pertinente porque sus derechos no son nuestros derechos».

Andando el tiempo la pequeña bola de nieve echada a rodar pendiente abajo tomaba catastróficas desproporciones de alud: solo nos dolían nuestros dolores. Nos pesara o no habíamos adquirido en la tienda de modelismo una maqueta a pequeña escala de Auschwitz.


***     ***     ***


«Cuando solo nos duelen nuestros dolores, somos el MAL»
Un prejuicio consiste en preguntar a la respuesta
Miguel Salaverría i Montaner

Esa parcelación, esa territorialidad ideológica, fomentaba, y de qué manera, el surgimiento de la idiosincrasia alfa; del caudillo dominante que marca y subraya su área de influencia orinando sobre sus incondicionales.

El líder, el adalid alopécico, no luchaba contra el agravio, contra el desmán, contra el abuso de poder, el despotismo, la tiranía, así, a granel, ¿por qué iba a partirse los hocicos amparando al melenudo cuando el melenudo tenía vetada su entrada en la OCS, no pagaba las cuotas de la organización y no consumía merchandising calvorota? El cacique debía significarse arremetiendo únicamente contra las tropelías y vejaciones que soportaban los calvos dado que mediante esa restringida y capada bondad cimentaría su estatus alfa en el seno del movimiento alopécico. De censurar la injusticia, insisto, se pasaba a censurar «determinada» injusticia.

En palabras de Miguel Salaverría: «cuando solo nos duelen nuestros dolores, somos el MAL».


***     ***     ***


«¿El colectivo velaba por mis derechos o era yo el que al interiorizar sus señas identitarias me veía impelido a partirme la cara por él? ¿Quién defendía a quién?»
Nacimos el uno para el otro: odiamos lo mismo
Miguel Salaverría i Montaner

Nada ama como el odio. Ninguna sustancia o estrategia cohesiona un grupo como el enemigo común. Y los líderes, conscientes de ello, abonaban la noción del adversario y sufragaban barras libres de rencor. ¿Que se trasnochaba la moda de raparse la cabeza?; responsables los pérfidos melenudos; ¿que aumentaba el precio de las maquinillas de afeitar?: responsables los pérfidos melenudos; ¿que caía en picado el número de colines que se comían los calvos?; responsables los pérfidos melenudos.

Legitimaban la burla, retribuían el desprecio, cultivaban el encono puesto que el enemigo dotaba de contornos. Así cobraba linde y sentido nuestro grupo. Se cohesionaba. Así conservaban sus condecoraciones alfas los comandantes tralaleros. De todas las pescadillas que se muerden la cola esta se llevaba la palma: cuanto más me diferencie de ti, cuanto más te deteste, en mejor y más cualificado integrante de mi tribu me convierto. Sentir apego por el melenudo, solidarizarme con su dolor o con las injusticias que padecía, suponía en último extremo la disolución de la linde definitoria que nos concedía significado. Suponía una puñalada trapera contra mi grupo.


***     ***     ***


«A menudo lo que nosotros consideramos “solución” es en verdad el proceso evolutivo con el que el problema muta y se adapta a los nuevos tiempos. Que el problema no nos imponga la solución, lo perpetuaremos»
Cuando la solución no soluciona
Miguel Salaverría i Montaner

La cohesión del colectivo a través del enemigo, agravado por la insensibilidad ante su dolor, a juicio del antiguo Secretario de Estado para el Deporte, había atestado las fosas comunes de la Humanidad. El espantoso binomio, en resumidas cuentas, me dispensaba bula para afilar y cristalizar mi odio sin riesgo a semejar un bárbaro. Las «otros» no eran individuos como yo y los míos, carecían de nombre, como yo y los míos, no derramaban lágrimas ni sus poetas les ponían la piel de gallina, como a mí y a los míos. Eran generalizaciones. Putos melenudos. Y si les partía la cara por siete sitios diferentes no me degradaba a salvaje indocumentado habida cuenta de que a) nuestra Cruzada venía patrocinada por el Sumo Pontífice, el comité central de turno o la línea editorial de TV3, y b) no existían evidencias científicas que probaran que los «otros» sufrieran dolor. Habían sido transformados en lo que Salaverría calificaba «ente entelequio». Un leña al mono que es de goma en aras de la supervivencia de mi grupo.

Esta prestidigitación trilera, esta lógica bonsái, esta matemática inventada, implacable y sanguinaria, cuando se imbuía a un español o conjunto de españoles activaba una mutación que ya la quisiera para sí la Patrulla X. Pocas especies nacionales han estado tan ligadas a un vallado especulativo. En palabras de Miguel Salaverría era como si este hábitat incomunicado, caníbal, carcelario, otorgara linde y sentido, aliento vital a la especie española, o como si lo español encarnara el tope evolutivo que en ese entorno se pudiera dar.


***     ***     ***


«No sabría afirmar quién fue primero, lo español o la prisión. Lo innegable era que demolido el recinto penitenciario, se acabó la rabia»
Nos merecemos España
Miguel Salaverría i Montaner

Derechos colectivos y caciques alfas cooperaban en simbiosis perfecta para transformar la sociedad española en un entorno penitenciario. El nuevo convicto bajaba al patio de la prisión y buscaba acojonado el apego evidente: el color de piel, la fe, la camisa hawaiana de una banderola, mear de pie o sentado, etc. Lo que debería haber sido mero apéndice fortuito se constituía en tatuaje mafioso y enseñoreado entre la población reclusa.

Al centrar el odio en un nombre propio, al erradicar el odio generalizado y generalista, se suprimía de manera natural ese hábitat presidario artífice de tantos y tantos racismos políticamente consentidos y no consentidos, y germinaba como nuevo florido pensil otro ecosistema donde el nombre propio cobraba trascendencia suprema. El poderoso odio español ya no se despilfarraba en detestar quintaesencias o entelequias masivas de las que lamentablemente todo quisqui podía pillar cacho. A raíz de la aprobación del Proyecto Caín se implanta en el subconsciente español un odio dirigido. Un odio concreto. Un odio con nombre propio. A Bartolo. A Pedro. Al tendero. O al entrenador de futbol de mi hijo.

—Que para más inri milita en los melenudos, ¿eh?
—¿Y? A mí lo que me jode es que lo hace jugar de lateral izquierdo cuando su madre lo parió extremo derecho de pies a cabeza.
—Te advierto que has repetido chascarrillo.
—¿Sí? Pues yo te advierto que tú también me tocas las colgaderas, pamplinas.
—No compares, por favor, yo pertenezco a la OCS.
—¿Y?


Suprimido ese hábitat presidiario y generalista, el nuevo ecosistema singularizado moldeaba los nuevos benignos odios y, por ende, el nuevo superhombre. La pescadilla no se mordía la cola. Se la mamaba ella sola.


***     ***     ***


«Tú nos das a 500 españoles, españolas, españolis, españolos o españolus una causa justa que defender —la más hermosa, solidaria y benigna del inventario— y en dos semanas te la convertimos en una barbarie intransigente, fanática y sectaria»
Un prejuicio consiste en preguntar a la respuesta
Miguel Salaverría i Montaner

El partido político, credo religioso, corriente filosófica y blablablismos afines que durante tantos siglos habían lastrado el crecimiento español tenían las horas contadas en este flamante ecosistema. Ahora un español no necesitaba invocar una trinchera ideológica o parafernalia utopiquera para justificar su ancestral mala uva, apaciguarse la conciencia y no parecer una bestia incivilizada por desear perforarle el ombligo a su semejante. «Ojo, que contra toda aplastante evidencia, y pese a que me hayas sorprendido bañado en sangre y empuñando una minipimer impregnada de grumos intestinales de mi vecino, yo no soy un psicópata desequilibrado. Aquí donde me ves me he erigido en el heroico paladín de unos hermosos ideales»: la familia cristiana, la defensa de las señas identitarias catalanas, la patria amenazada por separatismos y populismos exacerbados, la revolución social que le parará los pies a los mercados financieros o la defensa del derecho a acribillar con un M-16 a los toros.

Ahora un español no tenía por qué vender su alma a partidos animalistas, fascismos diestros o siniestros, rabietas en pro de la visibilidad femenina, importaciones por fascículos de la revolución bolivariana o Cristos del Gran Poder transformados en Son Gokus, y permitir que las masificadas riadas arrastraran su individualidad según el dictado de la marea imperante. Ahora el Estado proporcionaba el corpus legislativo y la justificación ética para el inmenso disfrute que conllevaba partirle las piernas a un contrincante. Y todo ello sin vender nuestra carne, nuestro yo, al pastoreo de un grupo; microcosmos social con sus propios códigos y pleamares que en la mitad de los casos no coincidían con el bien general del país y en la otra mitad lo obstruían drásticamente.

Los partidos políticos tradicionales fueron perdiendo escaños, convocatoria electoral tras convocatoria electoral, frente a una democracia personal e intransferible. Los restos del PP, PSOE y Podemos, permanentes miembros del grupo mixto, ante las menguadas subvenciones que su falta de grupo propio les proporcionaba se disolvieron a finales del 2035.


***     ***     ***


«Por primera vez en su milenaria historia España sacaría provecho de ser España»
Nos merecemos España
Miguel Salaverría i Montaner

Concluyamos. Ahora para ejercer tu odio era condición sine qua non contribuir al progreso de la Humanidad con un avance tecnológico de tronío. Ya no bastaba, si pretendías ventearle las mantecas a tu cuñado, adquirir una escopeta de caza, postas para jabalí e incubar mala bilis durante dos décadas, porque ese odio cazurro, cejijunto, boinero y analfabeto, aunque se mantuviese asilvestrado y al margen de corrales ideológicos, acabaría huero, infecundo, y te reportaría severas sanciones; en tanto que Mengano, Zutano y Fulano, tras cumplimentar la Cédula Caín, se ordeñaban la mala leche y ejercían su venganza bajo el maternal y compresivo amparo del Estado. Tampoco servía, como quedó reseñado, invocar la divinidad Patatín o Patatán, la igualdad entre todos los seres de la Tierra, la independencia de Naval Moral de la Mata, por cuanto esos costosos y faraónicos tinglados sociales, generadores de odios indiscriminados, de garrafón, perdían eficacia, sentido, y se extinguían frente a la beneficiosa simpleza del nuevo ecosistema legal.

Esos dos odios verbeneros y facilones, odios IKEA que permitían al mayor cateto armar estanterías valiéndose de una guía de montaje estilo Barrio Sésamo, habían sido relegados y atrofiados como se relega y se atrofia un dedo meñique sin facultad prensil. Ahora odiar exigía un alto precio. Exigía ser una buena persona sensibilizada con los males que azotaban la sociedad y dispuesta a trabajar duro con vistas a proporcionar luminosas soluciones.

Una vez injertada esta ventaja evolutiva, la natural cadena de mutaciones se encargaría del hacer el resto. Solo el que odiaba en concreto y contribuía al progreso de la nación con un avance científico-tecnológico alcanzaría el sumun placer de desencajarle la dentadura al tipejo que le tenía las entrañas negras. Solo las cepas portadoras de ese gen activo se reproducirían y cosecharían el triunfo social y su perpetuación.

El odio ya no deshumanizaba. El odio nos libraba del Mal. Donde fracasaron las Sagradas Escrituras, las declaraciones de los derechos del ser humano, los acuerdos para reducir las emisiones de CO2, las literatura de autoayuda, democracias, comunismos, constituciones, nacionalismos, Mandelas, Gandhis, donde fracasó estrepitosamente la fraternidad humana, se alzó victorioso el odio hispánico.

España, tras siglos y siglos de despilfarrar y no extraer réditos materiales y espirituales de su inagotable fuente de energía, motor interno de constante movimiento, por fin obtenía el engranaje legislativo que le concedería odiar fructíferamente. Por primera vez en su milenaria historia España sacaría provecho de ser España.


OBRA DE MIGUEL SALAVERRÍA I MONTANER


—Nacimos el uno para el otro: odiamos lo mismo
Editorial NeoNuevo, 2007, Baracaldo
—Nos merecemos España
Editorial NeoNuevo, 2011, Baracaldo
—A nosotros no nos corromperá el Anillo Único: Catalunya o el españolismo evolucionado
Editorial Gallofrío, 2015, Barcelona
—Cuando la solución no soluciona
Editorial Gallofrío, 2017, Barcelona
—Un mundo nuevo construido como siempre
Editorial Luna Vieja, 2007, Barcelona
—Un prejuicio consiste en preguntar a la respuesta
Editorial Escucha la piedra, 2011, Navalmoral de la Mata


DESCARGARSE FLORIDO PENSIL INTERESTELAR AQUÍ










1 Comentario:

P MPilaR dijo...

No quedará otro Caín en pie

el de Saramago, incluido
*oro no parece
plata, ni es* (2Pensil tú bien que sabes)