vallada por las carreras de los niños.
Esa sonoridad que no quiere rutina.
Ni descanso. El canto de un jilguero
sin papeles maravilla como el sol.
Y la mano pierde su oficio diario.
No estoy donde debería estar en mí.
Y me siento un tanto descolocado.
Guille Ibañez |
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