1/06/2024

Indolente trashumancia

Minas a cielo abierto pavimentan los paisajes urbanos a la espera
de que las estadísticas de rigor nos extraigan la entraña. Luego, esnifar
la línea editorial hegemónica añadirá la lectura interpretativa idónea
para depilar la licantropía y resaltar su silueta homínida.

El osario de cipreses alargará sombras cuando el Meteosat diluvie
porcentajes. El marchamo de apto para todos los públicos alertará al pedófilo
absorto en otros menesteres. Amazon empaquetará cachivaches y planetas
solidarios en igual desmedido afán. De una tragedia a otra viajará el turismo
indolente. Y el provechoso maridaje entre corrección política y odio frugal
no solo simplificará la futura labor del psiquiatra, también abaratará su minuta.
Los números solo son exactos, y la fosa común, nudo gordiano de cadáveres
en pose ética, no revocará el spot de Victoria’s Secret, patrocinador principal
de la tertulia hormonalmente empoderada.

Vivarachos polluelos abriendo el pico —mi reino por estar entretenido—
cambiaremos de canal sin ni siquiera sospechar que el diablo ya no negocia
por nuestras almas. Existiremos según nos ficcionen. Rumiaremos
lo masticado por mil tramas de sitcom. La milimetrada nostalgia de lo no
sudado fertilizará nuestros recuerdos y otros apéndices carentes de credibilidad.
La naturaleza se pondrá de perfil incauto y aprobará la moción que censura
la sangre colorada o el apocalipsis insolidario con las minorías étnicas.
Haremos, en definitiva, del término medio una tercera variante del extremismo.
Acaso cuando lo humano se acomode en la tumba vuelva a atufar.
Entre tanto, las cláusulas negociadas hasta la extenuación transmutarán
a Verbo Hecho Carne por intervención de la química subjuntiva de lo fugaz.

Ahora bien, por más que nuestra mortalidad se piense el ombligo del venidero
universo, lo cierto es que no inventamos la mierda. Amueblamos el tiempo
racionado negándonos a aceptar que los relojes solo cubren con sábanas
al hombre invisible. Y es así. Si nos remontáramos a los pólipos fundadores
del coral verificaríamos que ya sucumbían al engranaje. El aullido del bosque.
Las constelaciones hiladas. El trueno acechante. El llanto parido muerto.
La hoguera locuaz. Quizá todavía faltaran milenios para que el mono
perdiera vello corporal y concluyera que todo deseo es estadística,
pero ya por aquellos entonces también comercializaban sueños
como único método para alcanzarlos.

Pongámonos a ello y cedamos la palabra a quien la merece.
A contrapelo, los sueños, ladran.
Se arrellana en el sofá la trashumancia.




Matías Almargen

1 Comentario:

Erik dijo...

¡Coño!
¿Para que me abre puesto a dos patas?