2/06/2024

Natural predisposición del cuerpo a lo fácil

¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!
Bécquer

Hecho a los desvelos que nos emplazan, aquí vuelvo.
El luto intempestivo, rotulado en vitrinas frikis, irradia
laboriosidad de industria conservera. Como todo ánimo
exhibido es composición de lugar, sí, pero triunfa
donde el alcohol ni acude al partido. Y lo nuestro
siempre fue fácil. Una natural predisposición del cuerpo
a descalzarse o dormir con el chándal de estar por casa.


¿Por qué pregunta la respuesta?

Salida de la ducha, tiritando, los calcetines arrojados al suelo
tenían la costumbre de flanquearte como dos signos interrogatorios.
Me pedías la toalla. Yo te arropaba. Y sentía tu estremecimiento,
tu frío luminoso, como una fe corpórea que reseteaba
mi ser a su configuración de fábrica.
No tomarme a pitorreo el despertador.
No patear al crío que su madre no reprendía en el metro.
No mearme en el plato combinado que servía al feliz.
No malbaratar a psiquiatría estética la heroína consumida.

En tu cajita-corazón III anotaste: «tu hambre te salvará; me adora».


El vago que te mira

Te vestías con la gatuna madreselva, la rigurosa travesura
de esa hembra que se enfunda un cuerpo trascendido. A teología
a ras de suelo. A apeadero místico. A carnaza para tiburones.
A blablablá insufrible... A quehacer artesano del vago que la mira.

En tu cajita-corazón V anotaste: «los versos que me miras».


La muchacha que guardaba los preservativos en cajitas-corazón

La primera vez que amanecimos juntos, tú
pensaste que te habías acostado con un camarero lituano, yo
que me había tirado a la novia de un colega.
Nuestros cuerpos sabían lo que se traían entre manos. No
requerían beneplácitos superiores. Visados de estancia.
Rutinas de naturalidad. Visto con perspectiva,
el chucho sacaba a pasear al jubilado.

En tu cajita-corazón IV anotaste: «o carne o nada».


Vendrá la ruina y nos enseñará a no prever la ruina

El perro que nos ladra la esperanza erecta, o el muslo de hembra
que palpita a manos llenas, ¿se pueden decir? El idioma
nunca fue oficio de carne, lo sabías, cuando,
frente a un Mediterráneo hervidero de relámpagos, tu risa,
rota, sabia, loca y puta, pronunciaba la palabra ruina.
Y derrochabas la salud, la ignorancia, la cordura y el dinero.

En tu cajita-corazón VI anotaste: «que mi risa te nombre».


Le dije te quiero al silencio y el silencio me quiso menos

Llamaron al timbre. Abriste la puerta. Dos tipos.
Barbas ajardinadas. Corbatas pirómanas. Palabrismo cordial.
¿Mormones, testigos de Jehová? Qué más da.
Como un profeta tetudo inquisidor de la Palabra te quitaste la camiseta.

En tu cajita-corazón IV anotaste: «que no me expliquen la facilidad».


Escojamos lo breve porque ¿qué eternidad va a construir algo?

Aquella cena en familia descuadrada,
reyerta entre australopitecos que todavía no han amueblado
las complejidades neurológicas que demanda el lenguaje.
La apetencia diaria del mañana.
La calderilla sobre la mesa como pisadas de gato cojo.
Las lluvias de ida y vuelta; las goteras bien entendidas.
La nevera y su tendencia al escapismo. Su legitimidad perdida
frente a tus calenturas bautismales.
La suerte caída en desgracia. Aquel agosto desnutrido.
El sudor impuesto, el que no sudamos.
El hospital de amabilidad iracunda. Tu flaqueza indescifrable.

En tu última cajita-corazón, la VII, anotaste: «no sé morir y muero».


Aúllo a la luna porque la luna me aúlla

Cuando yo no estaba borracho, y tú no estabas muerta,
no me costabas ningún esfuerzo. Lo otro —todo aquello que no eras tú—
y yo ostentamos un largo historial de repulsiones mutuas.
Incluso cuando he sido feliz —de acarreos en vena, de fugas
diluviadas— no lo recuerdo con la irrefutable argumentación
de una pendiente abajo. Tú y la facilidad ocurríais como lesbianas.
Igual que la economía del lenguaje —que diría el lingüista;
o la falta de empatía del psicópata —que diría el criminólogo;
o la fuerza gravitatoria de la mecánica celeste —que diría el astrofísico;
o la natural predisposición del cuerpo a lo fácil —que dijo el sepulturero.

Cumplo con mis desvelos. Y aquí vuelvo.
Porque me aterra la posibilidad de que te sientas sola.
Y te compliques la vida...




Rebecca Storm

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