—Pues sí, el Tomás, de crío, parecía corto, con falta en el discurrir.
El cuento es que Tomás se largó de Berrocalejo recién cumplidos los 20, dejando a Valeria sin despedida, y había regresado traspuestos los 40, millonado, y con retratos vestido de astronauta.
En el Casino Guzmán se excavaron trincheras. Habíalos que sí, que por supuesto, que los extremeños tenían tanto derecho a ganarse las habichuelas de astronautas como los empadronados en Wisconsin, que así lo reflejaba en su artículo nosecuántos la Declaración de los Derechos del Ser Humano, y que a quién no le entrara eso en la mollera era porque le carcomía la pelusa, ¡condenada envidia que merma los méritos de las personas de valía!
Y habíalos que no, que ni hablar, que las domingas de la Valeria no se olvidaban así como así, ni en 20 años, porque los recuerdos, a más antiguos, más kilos cogen, y que con tal de apañarse el perdón de la hembra Tomás se habría fingido consuegro retirado del Rey. Ah, y que los millones no tenían por qué venir del cosmos, que con cuarenta duros en lotería, y una pizca de chiripa, cualquier cateto se retira de madrugar.
Tomás, como era de suponer, comenzó a rondar a la Valeria. Y la Valeria, divorciada, y con los hijos mayores y echados de casa, estuvo conforme en la ronda. Cada mañana, en la churrería, por turnos ensayados, las comadres de Berrocalejo la solían pinchar:
—Pero, Valeria, hija, ¿de verdad que es astronauta?
Y Valeria contestaba:
—Más que nunca.
García Rodero |
1 Comentario:
Buenísimo. Aplauso grande. Eres un ejemplo a seguir a la hora de crear personajes.
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